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Agustina de Alba

Agustina de Alba

La sumiller argentina Agustina de Alba rompe el concepto elitista del vino. Sus talleres y su actividad en redes sociales solo tienen un foco: mejorar la experiencia de tomar vino tanto a expertos como a los curiosos que optan por comprar las botellas en el «chino».

A sus 30 años, su pasión por la comunicación y los derivados de la uva la llevan a abandonar los mejores restaurantes del mundo para dedicarse, como cuenta a Efe, a lo que más desea, que es «acercar el vino a la gente, y llenarles de consejos y herramientas» para que sepan elegir el más adecuado en cada momento.

Tras escuchar un «¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión Agustina?», sonríe de oreja a oreja y señala la sala donde acaba de impartir un taller de maridaje de vinos en Buenos Aires.

«Esto, la gente. La gente que paga por venir porque quiere aprender de vino», contesta tan feliz como si se tratara de su debut en este tipo de jornadas.

Además de asesorar a restaurantes para elaborar cartas de vino e impartiendo formación, desempeña su profesión encabezando los talleres semanales de «Hola, Vino», que pronto también realizará en una gira por diversas provincias argentinas, y, de manera singular, a través de videos en vivo en Instagram.

El peculiar estilo que Agustina tiene al instruir a sus alumnos y seguidores -cercano, accesible y lleno de viveza-, consigue desbordar las listas de espera de sus cursos y alcanzar 4.000 reproducciones en sus videos.

La sumiller revela que la herramienta que la ha hecho avanzar en su carrera son las redes sociales, ya
que le permiten escuchar las inquietudes de la gente y trasladarles conocimiento con «su propia forma de ver el vino».

«Como conocedor de un tema, a veces estás en una burbuja», critica, «te despegás de la gente, te olvidás de la persona que va a la vinoteca o al (supermercado) chino a comprar vino», por lo que reconoce que cultiva mucho el hecho de que si tienen dudas le pregunten.

Con las inquietudes que los alumnos y los seguidores le plantean, De Alba está trabajando en la publicación de su primer libro, que lanzará en marzo del año próximo.

Aunque es un referente en el mundo del vino, nunca fue una «alumna clásica que respetaba los
parámetros» en la Escuela Argentina de Sommeliers, donde se formó en Buenos Aires.

«Sentía el vino», admite, pero no entendía la forma en la que le explicaban.

Sin embargo, cuenta que para sorpresa de todos, con mucho esfuerzo, dejando de lado viajes y salidas con amigos y teniendo muy clara su vocación, pasó del seis ‘raspado’ a graduarse con matrícula de honor a los 19 años.

Además, a los 20 y 24 años obtuvo el reconocimiento a la «Mejor Sommelier de Argentina» y el quinto puesto en la «Mejor Sommelier de las Américas 2012».

«La parte técnica es fundamental, pero una vez aprendida, también es importante que uno sepa romperla y amoldarla a uno mismo», explica orgullosa de haber encontrado su identidad tras varios años recorriendo el globo.

Su experiencia en restaurantes de éxito como Gaucho, en Londres; Alain Ducasse, en isla Mauricio, y Celler de Can Roca, en España, y su colaboración con el chef argentino Gonzalo Aramburu, que fue «una gran fuente de inspiración», ampliaron su paladar y sus destrezas como sumiller.

No obstante, dice haber vivido la experiencia gastronómica de su vida hace dos semanas en Mugaritz, en el País Vasco.

«Una comida que me emocionó, rompiendo reglas, estructuras y perfecta a la vez. Fue emocionante»,
asegura conmovida.

También guarda un sin fin de adjetivos para definir los vinos argentinos, pero siente especial cariño por el Malbec, ya que es la única variedad que se planta en todo el país y que, según explica, su plasticidad consigue reflejar la identidad de cada rincón en el que se cultiva, así como plasmar el toque de las personas que lo elaboran.

A pesar de los años que lleva educando su paladar, cuando viaja a España le gusta tomar tinto de verano, mezcla de vino y refresco de limón.

«Está bien, si ponerle soda o hielo hace que vos accedas a comprarte una botella de vino… es válido», expresa la experta, que recuerda con cariño cuando su abuelo le hizo mojar los labios por primera vez en vino con soda cuando era una niña.

Con tan solo 15 años tuvo «mucha suerte» de descubrir su vocación en el primer viñedo que piso en Mendoza (oeste argentino), donde declara que lloró de emoción.

«Primero conocí el vino y luego me conocí a mí. El vino me hizo conectarme conmigo misma», declara De Alba con profunda satisfacción.

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