
Paz Levinson tiene una de las narices más perfectas del mundo. No se trata de un halago estético: esta sommelier argentina es reconocida internacionalmente por su maestría en el arte de catar vinos. Con 38 años, ya se consagró dos veces mejor sommelier de la Argentina, brilló a nivel continental y el año pasado quedó cuarta en el campeonato mundial de la Association de la Sommellerie Internationale, que se disputó en Mendoza.
Oriunda de Bariloche pero ciudadana del mundo, en el último lustro trabajó en China, viajó por Europa y exploró los más exclusivos viñedos y terroirs hasta afincarse en París. Allí, en la Meca de los devotos de la bebida de Baco, abrió un pequeño reducto de alta cocina, a pocas cuadras de la Gare de Lyon. “Junto a una chef japonesa y a un argentino somos el alma del restaurante”, cuenta entusiasmada por teléfono desde el departamento que comparte con su marido en la capital francesa. Y comenta: “Disfruto mucho de poder trabajar a diario con una mujer de mi misma edad, porque en la alta cocina hay mucho machismo”.
De su infancia patagónica, Levinson recuerda que en su casa siempre se tomó vino (“Una copa al mediodía y dos copas a la noche”). Y que a diferencia de la mayoría de los niños, disfrutaba de las ocasionales licencias etílicas que le otorgaba su padre mendocino.
Sin embargo, no podía imaginar que, tras unos primeros pasos como camarera en Buenos Aires y tras recibirse de sommelier profesional en el Centro Argentino de Bebidas y Espirituosas (Cave), se convertiría en una suerte de embajadora del vino argentino en el resto del mundo.
En 2016, por ejemplo, brindó clases sobre la cepa insignia argentina, el cada vez más buscado malbec, en Gran Bretaña, Alemania y Noruega. “Me apasiona el vino argentino y lo que está pasando ahora allá es muy emocionante a nivel de proyectos de investigación, nuevas etiquetas y enólogos destacados”, enumera. Al tiempo que agrega: “Hay una ebullición de cambios en el sector. Mi gran desafío es comunicar y enseñar todo eso que está pasando en la Argentina.”
Respecto a los desafíos que supone hacerse un nombre en una industria dominada por los hombres, como lo es la vitivinícola, Levinson hace una distinción entre las grandes potencias, como Francia o los Estados Unidos, y la Argentina. “Paradójicamente, en un país que yo considero bastante machista como la Argentina, la industria del vino es más abierta a la mujer que en otros mercados más consolidados”. Un dato por demás elocuente respalda su impresión: desde que en 2010 se empezó a premiar al Mejor Sommelier de la Argentina, siempre ganó una mujer.
Descartada, en su experta opinión, cualquier ventaja intrínseca de género a la hora de degustar vino como modo de vida, sostiene que para mantenerse en la cima la clave es el estudio. “Siempre estoy leyendo y preparando algún nuevo examen para perfeccionarme. Cuando dejamos de capacitarnos, nuestras clases se tornan monótonas y no tan enriquecedoras. Lo idea es enseñar y aprender al mismo tiempo”, explica sobre su oficio, que en las últimas décadas creció a la par de la expansión del vino argentino.
Y si bien confiesa no acordarse cuándo fue el último día que no cató al menos una copa de vino –ha llegado a probar un centenar de etiquetas por jornada-, Levinson también se hace tiempo para cultivar su otra pasión: la literatura. Recibida en el Profesorado de Letras en la UBA, suele despuntar el vicio escribiendo sobre vinos para revistas especializadas. O leyendo poesías de Pizarnik, Ainbinder o Bignozzi. A orillas del Sena y con una copa de tinto a mano, claro.
Por Manuel Torino
Fuente Association de la Sommellerie Internationale