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Tortas Fritas, una pasión popular

Tortas Fritas, una pasión popular

Si hay una comida que nos define como argentinos, quizás más que el asado o el puchero, son las tortas fritas. De los demás platos nacionales (excluyendo, quizás, el locro), probé variantes más o menos parecidas en otras latitudes del planeta. Pero de las tortas fritas no, solo las comí acá. Ahora bien, ¿cuál es su origen? Y, por sobre todas las cosas, ¿por qué se comen casi exclusivamente cuando llueve?

Investigando un poco llegué a que el origen, aunque no lo crean, es alemán (contra todo pronóstico, o quizás contra mis propios prejuicios, debo admitir que lo que más me sorprendió de la comida alemana es la pastelería). De todos modos, parece que el arribo a las costas del Río de la Plata se lo debemos a los inmigrantes españoles y árabes.

En la Alemania de nuestros días esta comida se conoce como Kreppel (en Entre Ríos, provincia con una gran colonia alemana, también escuché esta forma de nombrarlas alguna que otra vez). Sea como sea, nosotros tenemos nuestra propia celebración: en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el primer fin de semana de abril se lleva a cabo la Fiesta provincial de la torta frita, donde se elabora la más grande del país (y, sospecho, del mundo): tres metros de diámetro.

¿Por qué comemos tortas fritas cuando llueve?

Acá ya entramos en el terreno del mito y la especulación (el terreno que más me gusta, debo admitirlo). Parece que la cuestión de hacerlas cuando llueve viene de Uruguay, en la época de la colonia. Como el agua potable era algo escasa no se gastaba mucho en este tipo de preparaciones, entonces los días de lluvia venían con el regalo del cielo: las mujeres recogían el agua de lluvia y con ella hacían la masa.

Por último, por si queda algún marciano que nunca las comió, la receta (al menos la mía, que me la pasó mi abuela, me imagino que cada familia debe tener la suya): se mezcla la harina con agua tibia y sal. Se forman las tortitas (no olvidarse del agujerito y se las fríe en grasa (nunca en aceite, ¡NUNCA!).

Por: Hipólito Azema
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